Las recorro lentamente, observando y escuchando, más bien escaneando cada detalle que llama la atención; un sonido de tacones y su ritmo llena la noche, una chica camina con prisa por el paseo, doblemente iluminado por las malditas farolas naranjas y por su húmedo reflejo, unas voces lejanas, algunos vehículos y el sonido de las llantas sobre la superficie mojada, y poca cosa más. Es algo tarde, apenas hay nadie, solo algún perro paseando a su dueño. Se siente mucha tranquilidad.
Cada calle es un mundo, más bien lo es cada metro; son pinturas abstractas, son preciosas texturas que cambian de color durante el día. Las calles tienen su personalidad, su olor peculiar, algunas huelen a flores, otras a podrido, otras a pan o a grasa de taller mecánico, a madera, a orines, a bar, a frutas, etc. Hay perfumes que vuelan con la brisa, pero las calles son como las personas, cada rincón tiene su propio olor, su edad, su historia...

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